25.1.09

el teatro sabe besar

1.
Así como en el andar del rengo es donde mejor se observa la dificultad y por ello lo maravillo que tiene el acto caminar, no hay lugar más privilegiado y habilitado que el del tímido, para dar cuenta de la dificultad que es hacer saber a los demás acerca de lo que se siente. Nadie mejor que él, en su imposibilidad, objetiva y exhibe magistralmente ese milagro e incomprensible fenómeno. Como un a priori, la timidez es universalizable a la experiencia del primer beso. Y si bien luego el cancherismo y el dominio de la situación callarán aquel temor primigenio, no faltará nunca un tímido que haga retornar con desagrado su recuerdo. El tímido insiste.
Un rodeo tan grande que quizás nos hayamos salido de la pista, de eso que este artículo se disponía a convocar. Pero ¡qué pobre imagen pensar la erotización del pensamiento que es la filosofía como una carrera!. Dijimos rodeo, y en eso estamos, rodeando el asunto, acercándonos. Porque si hay algo que caracteriza el movimiento del tímido es este dar vueltas, el demorar tanto una acción simple que la mudanza de la situación termina quitándole el medio para operar. Ese agotador ejercicio de trompo, como es posible verificar, es peligroso porque pierde el suelo que le permitía girar. Entonces, nuestra trayectoria hasta aquí: timidez, la experiencia del primer beso y el sepultamiento de palada canchera.

recuerda hijo

Cuando mi atención está dirigida al "deseo de ella" con respecto a mí, soy invadido por las olas de la confusión, el agotador iryvenir por pensamientos y palabras que escuché de su boca. En fin, reina la incertidumbre y peligra mi paz social.
Ahora bien, pareciera que cuando mi cuidado está puesto hacia lo que pareciera ser "mi deseo", y su consistencia es tan endeble y efímera como la cortina de luz que atraviesa una puerta mal cerrada, es cuando gana en claridad ese deseo. Una claridad que será leída por sus efectos, la determinación. Por lo que, en tanto me dispone hacia algo sería mejor decir: soy puesto.
Recuerda siempre Tillo, es el viento que de ella sopla el que puebla de nubes el cielo de tu deseo. Déjalas pasar, y verán ella y tú, ese cielo invadido de estrellas.