antes de que baje
La noche no empieza el sábado, no. Manana a las 6 AM en Ostbahnhof, me dice Jerome por esemese. El despertador del celular a las cinco y me cuesta dormir pensando en lo que va a pasar al dia siguiente.
A las seis ahí y a unas pocas cuadras Panorama. El lugar es una antigua fábrica en pleno Berlín Este. El que está parado a las salida de la estación, con el jean arremangado para que se vea la cana de las botas negras y la campera de cuero subida hasta casi los labios, soy yo. Seguimos las luces de los postes y la de los autos para doblar en la cuadra justa. Allá se ven las chimeneas sin humo que despiden los estandarizados latidos de la música.
Techos altos, tan altos que la altura se esfuma con las luces negras. Planta baja, primer piso. Muchos hombres sin remera pero con todos los músculos. Un groove pesado y la pista recoge los gritos hasta opacar el volumen ya alto de los parlantes. Nuestro piso será el próximo, me dice Jerome, cuando pasa a nuestro costado un grandote pelado vestido de policía chic. El lugar arde. Ni el aire puede respirar con tanto humo.
Segundo piso, sin ascensor. En la pista los brazos arriba para celebrar el cambio de tema. Mientras Jerome intenta conseguir, observo que la punta de la barra en medio de la pista forma un U perfecta. Del otro lado hay sillones a lo largo de la pared. Jerome me sorprende por detrás y con la mano abierta muestra el trofeo. Con unos sorbos de agua nos pusimos el diablo en el cuerpo.
Nunca bailé tanto. Los calambres se turnaban de pierna y yo tratando de hacer bailar a la música. Cuando está arriba, se abren las persianas unos segundos y descienden caudales de luz a la pista a través de cada ventana. Golpea nuestra cara, nuestro cuerpo y los ojos siempre piden más. En algun momento dejo de escuchar la música, ya no está en los oídos sino en la parte superior de mi cabeza.
A las cuatro de la tarde, me acuerdo de que no desayuné, no almorcé y que por eso tengo hambre. Afuera está empezando a oscurecer un día que no tuvo luz. Cerca de la estación compro un yufka, le pido que lo ponga en una bolsita "voy a comerlo al río" le explico al turco del mostrador.
Entonces, cuando atravieso el puente de la estación me encuentro con que enfrente mío, sí, eso que está ahí adelante, esa pared larga, barroca de stencils y aerosoles, esa pared es el Muro de Berlín. Esa pared es el muro de Berlín, eselmurodeberlín.
Caminé varias cuadras a lo largo del muro y cuando encontré una apertura salí al río Spree. Con la mandíbula apretada, acostado contra Esa pared, como el yufka y miro como me despide el sol detrás de una fábrica naranja cama solar.
A la vuelta, recorro despacio el costado de Esa pared y fumo uno atrás de otro, los dos últimos cigarrillos que quedan en el paquete.
Techos altos, tan altos que la altura se esfuma con las luces negras. Planta baja, primer piso. Muchos hombres sin remera pero con todos los músculos. Un groove pesado y la pista recoge los gritos hasta opacar el volumen ya alto de los parlantes. Nuestro piso será el próximo, me dice Jerome, cuando pasa a nuestro costado un grandote pelado vestido de policía chic. El lugar arde. Ni el aire puede respirar con tanto humo.
Segundo piso, sin ascensor. En la pista los brazos arriba para celebrar el cambio de tema. Mientras Jerome intenta conseguir, observo que la punta de la barra en medio de la pista forma un U perfecta. Del otro lado hay sillones a lo largo de la pared. Jerome me sorprende por detrás y con la mano abierta muestra el trofeo. Con unos sorbos de agua nos pusimos el diablo en el cuerpo.
Nunca bailé tanto. Los calambres se turnaban de pierna y yo tratando de hacer bailar a la música. Cuando está arriba, se abren las persianas unos segundos y descienden caudales de luz a la pista a través de cada ventana. Golpea nuestra cara, nuestro cuerpo y los ojos siempre piden más. En algun momento dejo de escuchar la música, ya no está en los oídos sino en la parte superior de mi cabeza.
A las cuatro de la tarde, me acuerdo de que no desayuné, no almorcé y que por eso tengo hambre. Afuera está empezando a oscurecer un día que no tuvo luz. Cerca de la estación compro un yufka, le pido que lo ponga en una bolsita "voy a comerlo al río" le explico al turco del mostrador.
Entonces, cuando atravieso el puente de la estación me encuentro con que enfrente mío, sí, eso que está ahí adelante, esa pared larga, barroca de stencils y aerosoles, esa pared es el Muro de Berlín. Esa pared es el muro de Berlín, eselmurodeberlín.
Caminé varias cuadras a lo largo del muro y cuando encontré una apertura salí al río Spree. Con la mandíbula apretada, acostado contra Esa pared, como el yufka y miro como me despide el sol detrás de una fábrica naranja cama solar.
A la vuelta, recorro despacio el costado de Esa pared y fumo uno atrás de otro, los dos últimos cigarrillos que quedan en el paquete.