8.5.07

mi primera pasti (parte I)

Noche de sábado. Una interminable cola de gente abraza la Costanera Sur. A lo lejos se adivinan las cúpulas de varias carpas que supongo gigantes. Qué frío. La espera desespera y consume mis últimos cigarrillos. ¿Cuántos le quedarán a Clari? ¿Venderán adentro?

A nuestro encuentro, arriban tímidos aunque sostenidos beats de algún tema que desconozco. Los caramelos están en la mochila de la Sauvage, pero advertido de la escasa cuota que me sería administrada durante la noche “son para todos” debo aguardar que otro le pida para conservar la impunidad. Lleva puesta una bincha roja con brillos que deja al descubierto su frente, su pelo ¿hoy anaranjado? descansa en los hombros ocultos bajo una campera impermeable blanca, pantalón largo y unas botas negras medio hardcore regalo de su madre. Economía de su indumentaria: la comodidad.

Los últimos tres días de lluvia garantizaron la omnipresencia de barro en la superficie de la vereda. Error fatal, mi calzado. Unas zapatillas relativamente nuevas que fueron bienvenidas a mi ropero al poco tiempo que mi hermano mayor se cansara de usarlas. Si bien la interminable cola apenas avanza, la gente que empieza a formar fila detrás nuestro brinda cierto alivio “podríamos estar peor”.

Lú, encargada de la difícil tarea de reconocer a los novios Ramo y la Apoyabici (que ya deberían haber llegado), entre la gente que camina a un costado de la cola: vendedores de remeras, artículos luminosos, bebidas; viste la misma musculosa negra y ropa interior que en la última fiesta electrónica. Entre aquellas presencias satelitales vemos pasar en más de una oportunidad a un joven que prescinde del brazo izquierdo. Imagino que lo perdió en la última fiesta electrónica y que hoy vino con el noble motivo de festejar el alta concedido por los médicos. A las chicas no les causa gracia mi comentario.

Débiles gotas, amenaza de lluvia. Se habla poco, la lamentable ausencia de Diegote, experiencias comunes pasadas. Se deja de hablar, ya los cuatro entendimos que los comentarios no hacen sino poner en evidencia lo tediosa que resulta la espera. “Allá están los chicos”, señala Lú, justo cuando estamos por alcanzar el vallado. ¡Vino Diego!