mi primera pasti (parte II)
Vallas, controles, entradas en mano, check-in ... estamos adentro. El enorme predio está rodeado por una circunferencia casi perfecta de tents, en el centro una inmensa armazón de caños articulan el escenario principal. Quiero, necesito, muero, por tomarme la pasti YA. Tiempo. Soy aconsejado de resolver antes: baño, compra de cigarrillos (bendito seas puesto de Camel) y agua mineral. Como en un operativo comando supero audazmente cada uno de los obstáculos, cola de gente alistada frente a los baños químicos, un motín desarticulado frente a la barra de Speed y un terreno de charcos y barro uniforme. Mi humilde Vietnam.
Vuelvo, me reporto a la Apoyabici y escucho con fruición una interminable lista de recomendaciones. Sólo alcanzo a retener una “no nos separemos”, quizás porque la repitió más de una vez y tengo el oído entrenado al inagotable fluir de advertencias maternas. Separarse podría ser el pasaje directo a la peor de las amenazas: un Mal Viaje. Recuerdo oportuno un comentario que alguna vez Diego dejó caer al pasar “sólo pueden pegar bien”.
Reunidos en el punto que convenimos arreglar como meeting point o LTP (lugar de persona perdida), descorchamos las primeras aguas. Como a una obra de arte de algún bioquímico contemporáneo, admiro la lágrima violeta que sujeto con el dedo índice y pulgar. Quisiera acariciarla, dejarla rodar por la palma de mi mano, y que en un descenso acelerado por mi brazo en alto ingrese a mi boca sin rozarme los labios. La tomo rápido, antes de que se me caiga al barro, cuando ya algunos emprenden la travesía hacia la carpa más cercana.
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