chorreo
Hoy quedé al descubierto: soy un ladrón poco profesional. La semana pasada, antes de descender a la boca del subte de Santa Fé y Pueyrredón, pasé frente a la Librería Santa Fé. Nunca tienen nada, pero esta vez no entré para preguntar. Atendía un cuarentón que apostado frente a la caja tenía la vista puesta inamovible sobre la pantalla de la pc.
Para representar mi inocencia y curiosidad le pregunté si tenían un libro que ya se dejó de editar. Saber técnico que me da la teta de Puán. La negativa del cajero fue el free pass para revisar qué tenían al fondo. Como un amor a primera vista, salió a mi encuentro "Revolución en el arte" de Masotta. "Querido libro, hace tiempo te tengo ganas, nos distanciaron el precio y tu lectura demasiado estructuralista del signo pop, pero ahora no es momento de reproches. Házte un lugar en mi morral y despídete de la frialdad de tu góndola". Sin ser visto guardé el libro en la mochila y salí por la puerta de entrada con pasos lentos y seguros. El cajero ni me miró. En el subte abrí sus hojas y le introducí mecánicamente el lapiz negro hasta la estación Catedral. Iba al dentista.
Para mis adentros, disfrutaba de buena chapa como chorro. Imaginaba ítems en mi curriculum: Jamás advertido o invicto en el arte de delinquir. Hoy, tomando un café en Puán, fui atrapado por un amigo.
Lucas sugiere ir a ver a Puente Celeste. Oportunidad fanástica para relatar la innumerable cantidad de hazañas, distraer al guardia, escondernos en el baño, llamadas por celular, etc que hicimos con Domi para colarnos la vez que tocaron en el Teatro Alvear. Verifico en el rostro del auditorio, el resto de mis amigos, si las exageraciones del relato de la hazaña no excedieron los límites de credibilidad. Gratos, sus miradas son de asombro. Sin embargo, aún candente el encantamiento de mi hazaña, Lucas revela también haber ido a ese recital y acaba reduciendo mi acto delictivo a una tontería cuando revela el valor de las entradas: dos pesos.
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