volvió la Hippie
Un Hotel Spa del litoral paulista que cuenta con más nutricionistas y personal trainers que húespedes secuestró a mi madre durante dos semanas. El objetivo oficial del viaje: bajar de peso y abandonar la vida sedentaria. Por supuesto que no eran razones suficientes para un hijo que sufriría quince días de desamparo. Así que supuse que el Hotel Spa sería el lugar de encuentro con su chongo brasilero, el primer viaje con su amante argentino casado con hijos o quizás la excusa perfecta para alejarse aún más de mi padre (ya vive a 600km de la Capital).
Lo cierto es que en los pocos contactos telefónicos que tuvimos durante ese tiempo, ella no se cansaba de ennumerar las torturas a las que pagaba por someterse: 8 kilómetros de caminata, 2 kilómetros de cooper, cuotas alimenticias periódicas aunque siempre insignificantes. Por la noche, aseguraba la Hippie, ni ganas de ir al Bingo le quedaban. Tele y a dormir. En un mail, dirigido a sus cuatro hijos, les declaraba su amor y juraba invitar a comer afuera a cada uno por separado cuando volviese.
Hoy, después de cenar, iba y venía de su cuarto al mío con musculosa negra y bombacha a tono, para mostrarme los artículos que había comprado. Primero trajo una camperita con capucha ("de entrenamiento" la llamó), después una serie de perfumes (el segundo se parecía mucho al que usaba Guadalupe, la trans del fin de semana pasado, ya suponía yo que era fina), un disco de Gilberto Gil y otro de María Bethania (aún no salgo del asombro) y por último un obsequio para mí: una tableta de chocolate Lindt. Mientras abandonaba mi cuarto registré que tenía los glúteos más marcados. Qué bueno que estés de vuelta Hippie.
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